sábado, 22 de diciembre de 2007

La idea de "Hegemonía" en Lenin

La idea de “hegemonía” en el ¿Qué hacer? de Lenin:



Vigencia:
Histórico, ya que mirarse en la retrospectiva de su función especular, exhorta al lector atento a la difícil tarea de reconstruir el propio tiempo, esa segunda naturaleza –designada por Marx como el ser social- de la cual, incluso a su pesar, es arte y parte. Conocerlo es, en consecuencia, conocerse, aunque no sin consecuencias, que bien pudieran advertir –¡otra vez!- sobre los eventuales riesgos que derivan de una militancia más cercana a las ilusiones -que son el predecible resultado de un ciego dogmatismo, plenado por el vacío de las frases altisonantes- que a la sobria adecuación de los medios a los fines, siempre claros y distintos: “Quien pretenda marchar hacia el socialismo por un camino que no sea democrático –dice Lenin-, llegará inevitablemente a condiciones absurdas y reaccionarias, tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista político” (V.I. Lenin, Obras completas, Moscú, 1970, vol. 9, p.22).
Decía Hegel que la razón sin el entendimiento no es nada, mientras que el entendimiento sin la razón es algo. El ¿Qué hacer?, de Lenin, es el discurso de un intelectual y dirigente revolucionario que reclama juicio; que exige “desechar las ilusiones” de una “razón” presuntuosa y “prepararse para la lucha”; que sustenta sus denuncias sobre el sano entendimiento y el sobrio realismo político. Discurso que retoma el significado marxista de Crítica en su acepción objetivamente filosófica y política: como una zurra, contra aquellos que suponen que las ideas son prescindibles, que los estudios no sirven de mucho, que la agitación práctica, la violencia por la violencia, el terror, etc., son más importantes que la reflexión.
La Hegemonía: Lenin antes de Gramsci:
La concepción contemporánea de la Hegemonía, interpretada como la compleja relación existente entre la sociedad civil y la sociedad política (entre el consenso y la coerción, respectivamente), en virtud de la cual “un grupo social puede y debe ser dirigente antes de conquistar el poder” (Il Risorgimento, Roma, 1971, p. 94), es, como se sabe, concepto gramsciano. El Estado no es solo coerción. No hay Estado, en sentido moderno, sin consenso. Cuando un Estado no es capaz de ejercer el liderazgo consensual su fin está cerca. La represión es, ante todo, signo inequívoco de torpeza y debilidad de un Estado que ha perdido su condición de dirigente-educador. Pero, en realidad, conviene advertir que esta concepción de la Hegemonía tiene sus orígenes en los escritos tempranos de Lenin, y particularmente en el ¿Qué hacer?, de 1902. Con una sutil pero, sin duda, importante diferencia: mientras que Gramsci se refiere a la Hegemonía como la consolidación efectiva en el poder de la clase revolucionaria, Lenin emplea el término para designar el movimiento previo, aunque necesario, que hace posible la instauración del nuevo orden político y social: “Según el punto de vista proletario, la hegemonía pertenece a quien se bate con la mayor energía, a quien aprovecha toda ocasión para asestar un golpe al enemigo. Pertenece, pues, a aquellos cuyas palabras coinciden con los hechos, y que es la cabeza ideológica de la democracia”. La hegemonía, en consecuencia, se produce en el terreno de la lucha ideológica, es decir, a partir del momento en el cual la dirigencia revolucionaria es capaz de superar las posiciones abstractas (el economismo y el voluntarismo), a objeto de conquistar conscientemente la unidad del pensamiento y de la acción, como condición indispensable para la toma del poder político de toda la sociedad, porque, como afirma Lenin, “sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”.

Los extremos se tocan:
Si, en efecto, por un lado, conviene hacer una “valoración objetiva” de la “situación histórica”, por el otro, no es menos conveniente tener presente el valor de la intervención activa de las fuerzas que comprenden “el curso objetivo de la sociedad”. Lenin le reprocha a los mencheviques el haber reducido la concepción realista e histórica de Marx al viejo materialismo “crudo”, metafísico. Ignoran “la función activa, dirigente, de guía, que pueden y deben tener en la historia los partidos que han comprendido las condiciones materiales de la revolución y que se han puesto a la cabeza de las clases progresivas”.
La concepción de la Hegemonía leninista está dirigida contra la autocracia y por la democracia plena, por encima tanto de la corrupción, propia del burocratismo, como de la salvaje ignorancia pragmática, propia del vanguardismo. El uno y el otro constituyen dos visiones parciales, aparentemente irreconciliables, pero complementarias, en lo que respecta a su condición unilateral y mecánica. El socialismo no puede ser interpretado ni como dogma histórico ni como barbarie, es decir, ni como asunto de secta, exclusivo de las clases trabajadoras, ni como la negación de las libertades individuales y de los derechos democráticos. Se trata de llevar los indiscutibles logros obtenidos por la sociedad liberal a su máxima expresión, no de “liquidarlos”. Por eso, y más bien, su labor histórica y cultural consiste en asumir la dirección, la conducción hegemónica, de los más diversos sectores sociales, a fin de cristalizar in der praktischen -¡en la práctica!-, la máxima profundización de la democracia. No hay socialismo sin consenso. Convencer no significa forzar. Hegemonía significa, para Lenin, la síntesis de la iniciativa política de la vanguardia revolucionaria y de “la situación objetiva”: es, en suma, el “momento de la conciencia social”. Socialismo no es militarismo populista (narodniki, los llama Lenin): es la plena objetivación de la civilidad, la superación del momento de la espontaneidad del movimiento, de su devenir objetivado. Es el momento de la “toma de conciencia”, de la síntesis crítica de la experiencia política y de la participación activa en el interior del proceso objetivo de la historia.
A través del espejo:
En contra de los marxistas “legales” y de los “economistas”, Lenin insiste, contra Plejanov, en la importancia de la dictadura del proletariado, es decir, de la necesidad de conformar una Hegemonía por parte de la clase revolucionaria. Esencial es, pues, la vanguardia del partido, cuya formación teórica resulta indispensable para asumir el papel educativo de la clase trabajadora. Sin ella, el movimiento revolucionario se entrega a las consignas, a la ceguera del dogma y de los prejuicios, que son mecánicamente traducidos a la realidad. Todo lo cual termina en una ilusión incompatible con a la razón y con la historia.
Los instintos, las pasiones desbordadas, el resentimiento, son reaccionarios de suyo. ¿Cómo puede llamarse “revolucionario” a un “proceso” político guiado no por sólidas bases conceptuales sino por el “se me ocurre” de quien imagina que la “suma felicidad” para las mayorías está en el cuartel?
En un momento en el cual los fundamentos teórico-conceptuales son confundidos con una mezcla hecha de retazos, sacados de “la enciclopedia que me regaló papá” y de lecturas indigestas que terminan convirtiendo a Jesucristo nada menos que en “el padre del socialismo” y a Judas en el del capitalismo, puede comprenderse que a Marx se le coloque un quepis zamorano, o, más bien, fascista y que de Lenin se prefieran leer los textos filosóficos que los ensayos políticos, en los que radica su auténtica concepción filosófica.